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La misoginia que encierran los «dichos populares»

En la columna de hoy nos permitiremos reflexionar sobre los mensajes violentos que encierran muchas frases de uso frecuente.

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Es de público conocimiento que el lunes pasado Cacho Castaño utilizó un «dicho antiguo» en el programa «Involucrados aquí y ahora» que ocasionó un fuerte repudio en redes sociales y organizaciones feministas. El mismo rezaba así: «Si la violación es inevitable, relájate y goza». El conocido cantante intentó defender su postura diciendo que se trata de un viejo dicho, como si la antigüedad del mismo justificara el horror que la frase encierra. Claro que quienes piensan como él podrían argumentar que la frase intenta aconsejar que si la situación de vulnerabilidad es inevitable, hay que intentar atravesarla lo mejor posible. Lo que no se analiza, en este caso, es que dicha frase habla específicamente de uno de los abusos más aberrantes a los que se ven sometidas las mujeres de todo el mundo.

Resulta interesante aprovechar la nefasta elección del conocido cantante para detenernos a analizar ciertos dichos, refranes, modismos, insultos que empleamos a diario sin cuestionarlos.

Es evidente que el uso del lenguaje nunca es inocente. Más allá de si reproducimos una frase armada o elaboramos una propia, nuestra mente elije, consciente o inconscientemente, cada palabra que saldrá por la boca del cuerpo que habita. No obstante, también resulta irrefutable que ciertas frases repetidas hasta el hartazgo son «dichos» que aprendimos y adquirimos desde pequeños, el error está en no detenernos a analizar lo que decimos a través de los refranes.

El cuestionamiento como herramienta primordial

Considero que lo importante no es señalar con el dedo o enjuiciar para siempre a quién utiliza una frase cuestionable para quienes estamos en contra de la violencia de género. Todos estamos atravesados por el machismo en que nos hemos criado y es evidente que reproduciremos ciertas características del mismo, aún sin advertirlo. Lo que realmente importa es ir tomando consciencia poco a poco, ir cuestionándonos a nosotros mismos y tomar un camino de deconstrucción constante que nos permita, a la larga, desarraigar de nuestro vocabulario ciertas fases claramente misóginas, ciertos comportamientos machistas, ciertas actitudes poco feministas.

No empleo el mismo razonamiento para figuras públicas que tienen una plena consciencia del alcance de sus apariciones en la televisión pública y que, lejos de replantearse sus dichos, los defienden a capa y espada sumando más agresiones verbales a quienes los interpelan. Pero no escribo para ellos, no sólo porque jamás leerían estas palabras, sino también porque los doy por perdidos. Una persona que escribe una canción tal como «Si te agarro con otro te mato», más allá de la época en que lo haya hecho (porque por suerte los tiempos cambiaron) estará por siempre del otro lado de la batalla.

Pero volviendo a las personas que aun inspiran cierta esperanza en el porvenir, a la gente  que piensa y cree en un futuro mejor, donde la igualdad de género deje de ser una utopía y pase a ser una realidad tangible, volviendo a ellos, a mí misma y a mi entorno, advierto que queda un largo camino por recorrer.

La misoginia enmascarada

Como la historia de la humanidad es una historia de abusos y violencia ejercida contra la mujer, muchas de las frases populares no podrían hacer más que reflejar este comportamiento histórico y colectivo. «Calladita, más bonita» es, por poner un ejemplo, un «dicho antiguo» empleado en muchos países de latinoamérica que claramente apunta a la sumisión a la que «corresponde» que suscriban todas las mujeres, porque en una sociedad machista una mujer que cuestiona, una mujer que interrumpe a un hombre para emitir su opinión, es una mujer «fea», una mujer indeseable. En otro de nuestros artículos, en los que hablamos sobre el concepto de sororidad, mencionamos otro dicho muy común en México: «mujeres juntas, ni difuntas», pero vayamos a los clásicos, a las frases machistas de los grandes pensadores y filósofos que determinaron, por mucho tiempo, el curso del pensamiento de la humanidad:

  • «La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades» Aristóteles
  • «Si vas con mujeres, no olvides el látigo» Nietzsche
  • «La mujer, sólo el diablo sabe lo que es; yo no lo sé en absoluto» Dostoievski
  • «En toda mujer de letras hay un hombre fracasado» Baudelaire
  • «Es orden natural entre los humanos que las mujeres estén sometidas al hombre, porque es de justicia que la razón más débil se someta a la más fuerte» San Agustín

La lista podría ser infinita, pero no pretendo hacer aquí un recuento total de las frases de esta índole, porque esta columna se extendería hasta el infinito, lo que pretendo es demostrar como a través de ciertas frases se va construyendo un pensamiento colectivo que, finalmente, avala determinado tipo de comportamiento en la sociedad. Está claro que la mayoría de los enunciados expuestos anteriormente datan de otras épocas y han perdido vigencia, pero, no obstante, han funcionado, en su momento, como pilares de la construcción y la reproducción del machismo universal.   

«Chistes» que denigran                   

Pensemos ahora en los chistes. En la mayoría de los casos, cuando se enuncia un chiste misógino, para atenernos al tema que nos compete, (pero sucede de igual manera con cualquier otro chiste homofóbico, xenófobo, racista, antisemita, etc), y alguien señala el contenido real del mismo, el para nada gracioso interlocutor respalda la «inocencia» de ese chiste aduciendo que en realidad él no quiere decir lo que explícitamente dijo. Por ejemplo: «¿Cuándo irá una mujer a la Luna? Cuando haya que limpiarla». Es claro, no hay más contenido en el «chiste» que la creencia de que las mujeres están hechas para ser las sirvientas del mundo ( y por lo visto del espacio también), sin embargo el chistoso dirá que «sólo se trata de un chiste, ¿no ven la gracia?» o bien que «es un chiste popular, viejísimo» como si por eso perdiera su carácter denigrante para con el género femenino.

El anonimato del chiste  parece ser el escudo protector de quien lo enuncia cuando es interpelado por quien no comparte su parecer. Podemos acordar que el chiste, los refranes, los dichos populares tienen sus raíces en costumbres ancestrales, hasta estaría de acuerdo si me dijeran que forman parte de la «cultura» de una sociedad. Ahora bien, según mi parecer, no por eso son inocentes, no por eso deberíamos aceptarlos y hasta reproducirlos sin cuestionamientos. Muchas culturas ancestrales que fueron la cuna de gran parte de la civilización actual, realizaban sacrificios humanos para enconmendarse a sus dioses. No obstante a la mayoría de las personas se escandalizan ante estas prácticas, ¿verdad?. Lo que intento decir es que si supuestamente hemos abandonado gran parte del salvajismo propio del hombre originario, del ser humano ancestral, ¿por qué nos aferramos a seguir reproduciendo frases violentas?.

Si Cacho Castaña no quiso referirse explícitamente a las violaciones reales que sufren en carne y hueso millones de mujeres diariamente, ¿para qué empleó ese refrán?. Podría haber utilizado otras palabras, haber dicho, por ejemplo, que si la desgracia es inevitable, mejor hay que relajarse y pasarla bien, aunque a nadie se le ocurría pensar que se volviese de uso frecuente una frase así, ¿no?, porque  ¿a quién le gusta vivir una desgracia?.

Temo que el nefasto dicho encierra otra controversia: la creencia fundante de que en realidad una mujer que es violada encuentra algo de placer en esa situación de vulnerabilidad, de opresión. ¿Qué clase de persona puede creer una cosa así?. Mujeres, seguro que no, porque ninguna mujer, haya sufrido o no un agravio de este tipo, puede creer realmente que ser violada puede tener algo de positivo. No necesitamos vivir la experiencia para entender el terror que debe sentirse cuando una no es dueña de su cuerpo, cuando otro persona, sin nuestro consentimiento, hurga en nuestros genitales y hace con ellos lo que le place. Ahora no suena tan graciosa la frase, ¿verdad?.

¿Por qué causa gracia denigrar a una mujer?, ¿por qué nos reímos de los abusos sexuales ejercidos contra las mujeres?, si no causa gracia (como me atrevo a pensar que respondería la mayoría de las personas), ¿por qué seguimos reproduciendo frases de tal calaña?.

El uso del lenguaje como arma

Dejemos de engañarnos, el vocabulario, el uso de las palabras, jamás es inocente o deliberado. Las palabras también pueden funcionar como armas, como herramientas disciplinatorias y en el caso que estamos analizando, funcionan como uno de los mecanismos de control más arraigados del heteropatriarcado reforzando los estereotipos ancestrales y promoviendo un tipo de violencia «sutil». El mensaje se esconde en chistes, acertijos o refranes, pero el objetivo es siempre el mismo, velar por el sostenimiento de un sistema que oprime y denigra a las mujeres.

Según una investigación de la Universidad de Granada: «Los chistes sexistas (y este tipo de humor en todas sus vertientes) favorecen los mecanismos mentales que incitan la violencia y el maltrato hacia las mujeres en aquellos sujetos que presentan actitudes machista»

Muchas personas, hombres y mujeres, parecen cansarse ante los reclamos de las feministas, argumentando que no hay tal situación de desigualdad existente, que las cosas cambiaron, que la sociedad ha evolucionado, pero los dichos que nos recuerdan como deben ser el orden de las cosas no han desaparecido, se transmiten de generación en generación y siguen impidiendo la transformación total y real de nuestro sistema de creencias, de nuestra manera de vivir e incluso de pensar. Tomará muchas generaciones, lamentablemente, desandar un camino que  lleva tantos siglos de permanencia y si mientras tanto señalan a las feministas como mujeres carentes de humor, les contestaremos que la violencia de género no es motivo de chiste.

Cárol Cortázar.-

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