La inteligencia fabricado ya aparece como una útil más de la vida cotidiana. Desde su irrupción popular, tan solo dos primaveras detrás con el distinguido ChatGPT, este progreso creció a un ritmo exponencial y está presente en el celular, en el trabajo, en las aulas y hasta en las galerías de arte. Pero la IA no es una útil más. Así lo explica en su zaguero vademécum, Nexus, el historiador israelí Yuval Noah Harari, donde afirma que si aceptablemente no todos pueden ser expertos en inteligencia fabricado, sí todos deben tener presente que esta “es la primera tecnología de la historia que puede tomar decisiones y suscitar nuevas ideas por sí misma”.
Harari dice que hasta ahora toda intrepidez sobre el uso de una útil terminaba en el humano. “Los cuchillos y las bombas no deciden por sí mismos a quién matar”, aclara. Pero la IA sí puede avanzar en este tipo de decisiones. Y no hace errata irse a un círculo agresivo para verlo: puede arriesgarse, por ejemplo, cuáles son los datos más importantes de un documento a la hora de resumirlo o qué palabras usar para completar un formulario.
Parados en este círculo se abre una cascada de preguntas acerca del futuro. Consultados por Página|12, un liga de especialistas en IA respondió a una de ellas: ¿puede la inteligencia fabricado cambiar la forma en que piensan, aprenden y generan nuevo conocimiento los humanos?
Que lo responda la IA
Carolina Tramallino es profesora adjunta de Filología Militar en la Destreza de Humanidades y Artes de la Universidad Doméstico de Rosario e investigadora del Conicet en IRICE. Sus publicaciones se centran en el ámbito de la filología computacional y de la inteligencia fabricado. Desde allí hizo una serie de artículos donde indaga sobre cómo los estudiantes universitarios usan la IA en sus trayectorias académicas. En una publicación que hizo en la revista TE&ET reveló que un 90% de los estudiantes entrevistados aseguró Ocurrir usado el ChatGPT en ambientes educativos para resolver dudas relacionadas con los temas de estudio, instrumentar textos, suscitar ideas, redactar mails o realizar correcciones de redacción.
Fernando Juca Maldonado, docente del ámbito de tecnología de la Universidad Metropolitana, sede Machala, de Ecuador, publicó una investigación similar donde reveló que de un total de 247 alumnos encuestados, solo un 12% no estaba familiarizado con la IA. Los propios estudiantes reconocieron que usan esta útil para replicar cuestionarios (18%), suscitar ideas (14%), analizar información (14%), resumir contenidos (10%) y suscitar contenido (8%) entre otras funciones.
Que la IA está instalada como una útil más en aquellos espacios secreto de la enseñanza y reproducción de conocimiento es una verdad. Ahora cerca de preguntarse qué consecuencias tendrá a amplio plazo.
La IA y las tareas cognitivas
“La tecnología, por lo menos desde la revolución industrial, siempre reemplazó trabajo humano. Durante mucho tiempo lo que reemplazaba la tecnología, incluida la máquina de vapor, era el trabajo físico, la energía humana”, explicó Mariano Zukerfeld, doctor en Ciencias Sociales, investigador del Conicet y parte del Equipo de Estudios sobre Tecnología, Capitalismo y Sociedad.
El círculo cambió con la irrupción del capitalismo digital, que tuvo una primera etapa que fue desde mediados de 1970 hasta 2010 y una segunda etapa desde entonces caracterizada por las plataformas y la IA. “En la primera período se empezaron a reemplazar tareas cognitivas rutinarias, por ejemplo, lo que hace un procesador de texto o una planilla de cálculo. Lo mismo respecto de aquellas tareas manuales rutinarias: la robótica empezó a reemplazar tareas físicas”.
“Lo novedoso desde 2005 es que se empezaron a reemplazar tareas cognitivas no rutinarias. Estas son, por ejemplo, las tareas creativas, que se consideraban reservadas para los humanos porque tenían un carácter de innovación, poco que era de creación. Esas tareas empezaron a ser realizadas de método silenciosa, opinable, pero ya ahora de forma muy visible y asumida por algoritmos”, explicó.
Un ejemplo claro de esto está asociado con una información de los últimos días: el androide Ai-Da, un humanoide dotado de inteligencia fabricado, caracterizado con un cuerpo humano y brazos mecánicos, realizó una obra que será subastada el próximo 31 de octubre con un precio pulvínulo de 130.000 dólares.
La coevolución del pensamiento
Por su flanco, Ricardo Andrade, universitario en Literatura, filósofo de la tecnología y becario del Conicet, explicó a este diario que efectivamente la irrupción de la IA implica un “gran liza a nivel educativo y en relación con problemas filosóficos y sociológicos”. Sin bloqueo, consideró que este reemplazo no tiene por qué ser necesariamente poco placa.
“No hablaría directamente de una pérdida de creatividad. Habrá más aceptablemente un cambio en términos de coevolución. ¿Por qué? Porque a medida que la inteligencia fabricado se perfeccione, puede proporcionarnos herramientas para explorar con longevo detalle conocimientos y procesar información que, sin su ayuda, sería muy difícil avanzar”, Recalcó.
Y añadió: “Sería importante apropiarse de esta conquista tecnológica para pensar en cómo ese procesamiento de información puede ofrecer herramientas para entender y invadir la verdad a través del conocimiento. En este sentido, la tecnología y la inteligencia fabricado modificarán nuestros comportamientos y la forma en que generamos conocimientos, ya que tendremos que pensar en función de lo que estas herramientas desarrollen. Así, surge la tensión coevolutiva”.
Red flags, dudas y desafíos
Tramallino consideró, tras estudiar el tema en ámbitos universitarios, que “hay que educar para ofrecer herramientas que se relacionen con la selección de la información, con poder discernir la calidad de los datos y que se ejerciten las habilidades de inteligencia filología” frente al avance de las herramientas generativas. “El problema es que podemos perder todas las reflexiones meta-lingüísticas que implican activar saberes. Como, por ejemplo, pensar en qué parecido puedo designar para una palabra, realizar todas las asociaciones de sentido y pensar cómo puedo expresar con otras palabras una misma idea”, dijo.
“La leída implica una interacción con el texto. Cuando leo, elaboro un significado que es resultado de una confluencia entre el sujeto, el texto y los factores contextuales. En este caso, no hay sujeto. No hay un enunciador en las respuestas de la IA, no hay un sujeto que se apropie del habla. Carecemos de todo ese contexto de producción”, afirmó sobre el uso de estas herramientas en los ámbitos educativos y alertó sobre la falsa sensación de objetividad que pueden ofrecer estos programas.
Sobre este punto de la objetividad, aclaró: «Lo peligroso es que se crea el sensación ilusorio de una objetividad. Es un texto que no está atravesado por la leída propia. Podemos caer en el peligro de creer que la ciencia es simple y objetiva en este afán de querer Elaborar una respuesta. Lo preocupante es que impide tener principios de los diferentes puntos de panorámica cuando lo más importante es poder suscitar un pensamiento crítico. Se pierde la capacidad crítica del estudiante que empieza con la diligencia de la información, seguida de la comprensión lectora».
Por su flanco, Juca Maldonado añadió: “Algunos trataban de aprovecharse del hecho de que generaba todo y no había que hacer esfuerzo, otros para que los ayude a suscitar ideas. En el interior del ámbito normativo sigue siendo un desafío tanto para estudiantes como para docentes cómo implementarla de método ética sin que te suplante. Porque ese es el peligro”.
Maldonado tomó la idea de Harari y puso la inspección en torno a delante: “La IA es el primer invento autónomo del humano. Ahí está el rol de tratar de exprimir el uso de la tecnología y que sea una útil más para el proceso de educación. No es usarla para que haga poco por mí. El tema va más allá, porque es un agente autónomo que puede convertirse en un asistente para hacer el día a día mejor”. O peor, se podría pensar. Y de qué depende es aún una pregunta abierta.