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Miguel Briante: 80 años del nacimiento de un autor único en el periodismo y la literatura | Un recuerdo a través de su última nota publicada 

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Miguel Briante, uno de los nombres imprescindibles de la humanidades argentina en la segunda centro del siglo XX, cumpliría 80 primaveras este domingo. Nacido el 19 de mayo de 1944 en la población porteño de Común Belgrano, destacó con sus cuentos y fue autor de la novelística Kincón, aparecida en 1975. Adicionalmente, fue periodista, especializado en artes plásticas, y una de las firmas reconocibles de PáginaI12 hasta su crimen en un azar doméstico en su ciudad originario, el 25 de enero de 1995. 

La carrera de Briante comenzó en 1964 con la aparición de Las hamacas voladoras. Tres primaveras antiguamente, había aparecidó el exposición «Kincón», incluido en su primer ejemplar y que sería el principio de su única novelística. Aquel exposición le valió un premio en el concurso de la revista El escarabajo de oro.

En 1968 se publicó su segunda colección de relatos, Hombre en la orilla. Mientras, incursionaba en el periodismo. Escribió en Confirmado, Primera Plana, Panorama, La OpiniónCrisis y El Porteño. Igualmente colaboró en guiones para cine.

Posteriormente de la novelística Kincón, Briante volvió al exposición con Ley de coyuntura (1983). En 1987 se sumó a PáginaI12 y tres primaveras más tarde fue designado director del Centro Cultural Recoleta. Estuvo en ese cargo hasta 1993, año en que publicó la traducción corregida de Kincón.

Tenía 50 primaveras cuando cayó de una escalera mientras arreglaba el techo de su casa. Fue enterrado en Común Belgrano. De perspectiva póstuma aparecieron Desde este mundo y Entrevistas, que recopilan parte de su obra periodística. Desde este mundo incluye su postrero texto publicado en PáginaI12, una semana antiguamente de expirar, el 18 de enero de 1995: una habitación en la que fue capaz de relacionar a uno de los grandes intelectuales del siglo XX con los avatares veraniegos de la farfolla argentina. 

MORIA SEGÚN LÉVI-STRAUSS

En Mirar, escuchar y interpretar –el postrero de sus libros editados en la Argentina- el etnólogo francés Claude Lévi-Strauss elogia las técnicas del escritor Marcel Proust (1871-1922), del pintor Nicolás Poussin (1594-1665) y del compositor Jean Philippe Rameau (1683-1764), porque sus obras, que se presentan como unidades, están estructuradas a partir de fragmentos unidos por la astucia del collage, poco así como el patchwork de las abuelas trasladado a las artes. De esa perspectiva, cada secuencia de esas obras puede ser leída, examen, o escuchada como una totalidad más pequeña, que sólo varía de sentido cuando se acopla con las otras secuencias. A esta ardua y a veces azarosa elaboración le atribuye el mérito de instaurar una doble articulación que, lógicamente, engendrará múltiples lecturas. Si el revolucionario Lévi-Strauss –que ya estudió varias comunidades indígenas de los Estados Unidos y del Brasil- bajara por unos días a estos arrabales sudamericanos, se inclinaría con pasmado entusiasmo frente a los mecanismos tribales con los que los personajes públicos, aquí llamados “de la farfolla” –clase en el que desde el presidente Menem para debajo suelen anotarse muchos políticos-, hacen uso de los espacios que les ofrecen los modernos medios de comunicación: primariamente, los usan para pegar gritos que vienen desde el antepasado del conventillo y entroncan con uno de nuestros géneros teatrales más fructíferos, el entremés. Sólo que ese entremés empieza en la vida positivo, se conoce por la décimo de estos personajes en la ficción de las tablas o del cine o de la televisión y vuelve a la vida positivo para convertirse en la ficción, en la telenovela de lo positivo que entretiene al conocido. Otra que doble articulación, don Claude.

Mire esta estructura. La Moria Casán –quien, como la Beatriz Viterbo de Borges, no deducción ni por un instante su congoja (en este caso parcial, artística o publicitaria) ni al dolor ni al miedo- se Conquista la tapa de los diarios populares haciendo salir como ejemplo del hombre domado a su presente “pareja”, un hombre que se lanzó desde el anonimato a la profesión teatral. Simplemente, lo saco de un conjunto en el que proliferan mujeres de cuerpos sólidos y lenguas veloces. Pero sus explicaciones, que analizan lo positivo, se mantienen en el clase. Dice: “Yo lo hice meter en una carnicería y le sacaron un pedazo de carne”; en un collage –don Lévi- que une lo corriente, ese negocio tan habitual para el ama de casa, con el reconocido Shylock del padre Shakespeare.

El mundo entiende el primer mensaje. La mina está celosa. ¿De quién? Ésa es la intriga, comienza el suspenso. De las tablas a la vida, eh. Una de las posibles implicadas en el intento de seducción a este pequeño Vadalá –que debe retornar antes del mostrador del baños inventado por la Moria-, Adriana Aguirre, incorpora una metonimia: “Habrá sido porque tendrá los ovarios torcidos por la permanencia”, escupe, y en el mejor estilo de algunos funcionarios del gobierno, se desentiende amenazándola con enchufarle un motivo en los tribunales. Si esto sigue así, terminarán en el software de Grondona, hablando sobre la esencia de la rectitud. Porque poco hay, no crea. Ya que para que la trama sea completa, para que el primer capítulo comienzo a lo “Zona de aventura”, cuando la dirección artística la hacía Alberto Ure, una de las profesionales envueltas por el ventisca acusatorio de la Vestal convertida en empresaria, la dulce Beatriz Salomón, se abre con la seguridad de que a ella no le toca el sayo, y sugiere que poco puede Darse, que alguna de las otras chicas –con las que se da poco, porque ella se encierra en el camarín, no sea-, una que por ahí no anda muy acertadamente con su pareja, como ella, o por odio a la Moria, nomás, así es el condición de jodido (aunque Palito Ortega haya dicho que los artistas al banda de algunos políticos son nenes de pecho), puede ser, cierto poco habrá hecho. No se vaya, don Strauss. Las articulaciones continúan.

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