Organizaba marchas anti cuarentena y murió por coronavirus
Jubilado y a sus 74 años, Ángel José Spotorno estaba muy activo. Falleció el 16 de junio por coronavirus en su departamento del barrio porteño de Mataderos. La enfermedad lo encontró después de hacer una actividad riesgosa, pero que disfrutaba desde antes de la pandemia: organizar acciones callejeras políticas desde las redes sociales. Spotorno descreída que le pudiera pasar algo y estaba enfurecido contra el aislamiento preventivo y obligatorio.
“De los 90 días que vivió en cuarentena, unos 85 habrá estado en la calle. Él siempre se cuidó mucho, no tenía ninguna enfermedad ni había tomado nada. Era mi único primo hermano. Teníamos muy buena relación”, recuerda Marita Riera. Ángel enviudó hace cinco años y siguió adelante. Padre de dos hijas y abuelo de dos nietos.
Radical de toda la vida, con el correr de los años se incorporó a las filas del PRO y se convenció del proyecto de Mauricio Macri. En su Facebook aparece con fotos con algunos dirigentes, como los diputados Cristian Ritondo y Fernando Iglesias y fue uno de los convocantes a las movilizaciones de apoyo a Juntos por el Cambio durante la campaña electoral de 2019. Le encontró el gusto al activismo virtual.
Se la pasaba hasta altas horas de la madrugada en las redes sociales, compartiendo flyers y comentarios políticos. La realidad es que la pandemia no le significó un mayor cambio en su rutina, solo que radicalizó su opinión contra el Gobierno y el kirchnerismo.
“Tenía un montón de nombres en Facebook y era administrador de grupos de Whatsapp diferentes. Lo bloqueaban a cada rato. Estaba entretenido. Decía que los comunistas no tenían que volver y que no quería ver una bandera roja. Era muy cómico, nos gustaba escucharlo”, comentó Riera.
El punto de quiebre fue cuando empezó a ir a las movilizaciones anticuarentena en el Obelisco en pleno aislamiento. En las primeras marchas, Spotorno llegó a aparecer en un programa de televisión y hasta demostró su enojo a las cámaras con el clásico gesto de “fuck you”. Ángel siguió participando de las movilizaciones. Habrá estado en al menos dos de las iniciativas de los “autoconvocados” de los grupos “Argentina no se rinde” y “La República nunca será roja”, las páginas de Facebook que administraba. Siempre se tomó colectivo para ir a las marchas y no evitaba el distanciamiento social recomendado. Corría el mes de junio.
Spotorno empezó a sentirse mal y a faltarle el aire. El día 10, se fue al Hospital Álvarez y en la guardia le midieron la temperatura, le recomendaron tomar paracetamol y hacerse vapores de de sal. Ya con algo de mucosidad, a los tres días concurrió de nuevo, pero los médicos le diagnosticaron que debía ser una alergia, por lo que le sugirieron que abra las ventanas de su casa. Desde entonces ya no volvió más y, según Riera, se comunicó en varias oportunidades con la línea 107.
De acuerdo a la reconstrucción que pudo hacer la familia, el lunes 15 Ángel conversaba por chat con una compañera de partido hasta que, súbitamente, dejó de contestarle los mensajes. La última conexión quedó marcada a las 22.20. Por casualidad, la misma mujer le había solicitado hacía un tiempo a Ángel el número de sus hijas para tener su contacto ante cualquier eventualidad. Su correligionaria dio el aviso a la familia que algo estaba pasando. Pero la primera teoría fue que podría estar sin luz o con la batería agotada del celular.
Al día siguiente, Spotorno continuaba sin responder. Una de las hijas fue hasta el departamento y tocó el timbre. Nuevamente no hubo respuesta del otro lado del intercomunicador. Le tocó el timbre a otro vecino para que compruebe el domicilio de su padre. La puerta, cerrada desde adentro. Fue entonces cuando llamaron al 911 y con la asistencia policial lograron entrar. Allí estaba el padre: yacía sin vida sentado en uno de los sillones al frente del televisor.
En un principio se creyó que su fallecimiento se había producido por un infarto. Al ser una muerte dudosa y en plena cuarentena, el juzgado interviniente colocó una faja en la casa. El departamento requería ser desinfectado y había que resolver algunos temas prácticos. Los gatos de Spotorno, por ejemplo, seguían dentro del domicilio y requerían ser alimentados y recuperados. Cuando logró ingresar a la casa, su prima hermana pudo comprobar, al igual que las hijas, que Ángel había dejado un termómetro sobre una de las mesas. Marcaba 38 grados.
El creía que era un resfrío como cualquiera. Era anti. Se murió pensando que tenía una alergia, aunque se asustó un poco cuando me dijo ‘me la pesqué‘. Me preocupa porque no sé cuanta gente debe estar pensando lo mismo. Él me decía: ‘Me voy caminando a todas partes, no me va a agarrar nada’. Ni sé si usaba barbijo. Y saludaba a todos, hasta al policía de la esquina.